27 de octubre de 2025 — Alabanza a Dios
Le pido a Dios que hoy encienda en tu corazón una alabanza sincera que purifique tus pensamientos y te llene de esperanza.
Hay días en los que el alma se nos hace pesada y las palabras nos faltan. En esos momentos, la alabanza parece un eco lejano, casi imposible. Sin embargo, cuando levantamos la mirada y recordamos quién es Dios, algo comienza a ordenarse por dentro: la alabanza se convierte en un camino de retorno al descanso.
La alabanza no niega el dolor ni cancela las preguntas; más bien, coloca a Dios en el centro, donde siempre debió estar. Es una decisión del corazón antes que una emoción de la piel. Cuando elegimos alabar, entregamos el control y aceptamos que Dios es más grande que nuestros temores, más fuerte que nuestras batallas y más fiel que nuestras dudas.
El Salmo 150 es un estallido de adoración que nos invita a unirnos a un coro que no se detiene. No es solo poesía; es un mandato amoroso y una medicina para el alma: “Todo lo que respira alabe al Señor”. Si hoy respiras, estás invitado. No hace falta un escenario, ni un micrófono: basta un corazón dispuesto.
Historia
Conocí a un hombre que cada mañana pasaba por la misma esquina del hospital con una pequeña armónica en el bolsillo. Me contó que tenía a su esposa en terapia intensiva y que, aunque el miedo lo visitaba al amanecer, había decidido “respirar adoración” antes de entrar al edificio. Se paraba frente al jardín, cerraba los ojos, y tocaba una melodía sencilla que había aprendido de niño en la iglesia. No era virtuoso; a veces se le escapaban notas ásperas. Pero mientras soplaba el aire a través del metal, murmuraba: “Señor, te alabo porque estás aquí”.
Un día, una enfermera se detuvo para escucharlo. Le dijo que aquella música se colaba por las ventanas y calmaba a algunos pacientes. Él sonrió, con lágrimas, y respondió: “Yo solo sé respirar… y mientras respiro, alabo”. Su circunstancia no cambió de inmediato, pero su corazón sí: la alabanza no le quitó la carga, le dio hombros nuevos para llevarla. Y en ese pequeño jardín, sin púlpito ni banda, se levantó un altar invisible.
Versículos a meditar
“¡Aleluya! Alaben a Dios en su santuario; alábenlo en su poderoso firmamento. Alábenlo por sus proezas; alábenlo por su inmensa grandeza.” (Salmo 150:1–2, NVI)
“¡Que todo lo que respira alabe al Señor! ¡Aleluya!” (Salmo 150:6, NVI)
REFLEXIÓN
El Salmo 150 nos enseña que la alabanza es total: abarca el lugar (“en su santuario”), el cielo abierto (“en su poderoso firmamento”), las obras de Dios (“sus proezas”) y su carácter (“su inmensa grandeza”). Es decir, adoramos por lo que Dios hace y por lo que Dios es. Cuando el corazón aprende a contemplar ambas cosas, la alabanza se convierte en respuesta natural: mis ojos ven sus actos, mi alma reconoce su gloria, y mi boca se abre para honrarlo.
Notemos que el salmo no condiciona la alabanza al estado de ánimo. No dice: “Alaben si todo sale bien”, sino: “Alaben al Señor”. La alabanza, entonces, es una postura del corazón que se sostiene aun cuando el viento es contrario. En ella, la fe toma la batuta y le enseña a la emoción una melodía nueva. Por eso, muchos han descubierto que alabar en medio de la noche no es negar la oscuridad, sino encender una lámpara que anuncia el amanecer.
Además, el salmo convoca a “todo lo que respira”. Esta es una invitación inclusiva y humilde: no solo los expertos, no solo los fuertes, no solo los que cantan afinados. Todo lo que respira. Si aún hay aliento en tus pulmones, aún hay propósito en tu vida, y por tanto, todavía hay canción. La respiración se vuelve liturgia: inhalo gracia, exhalo gratitud. Cada suspiro puede transformarse en una pequeña doxología.
Finalmente, al alabar nos alineamos con el fin para el cual fuimos creados: la gloria de Dios. La alabanza no es un accesorio, es el centro del diseño. Es medicina para la ansiedad, brújula en la confusión y aceite en las heridas. Pone a Cristo en el primer lugar, porque solo en Él la alabanza alcanza su plenitud: Él es la imagen del Dios invisible, el Señor de la creación y de la redención. Cuando Cristo es exaltado, el corazón encuentra su hogar.
Aplicación diaria
- Comienza tu día con una doxología corta: al respirar, di en voz baja: “Señor Jesús, te alabo porque estás conmigo”. Repite tres veces, conscientemente.
- Haz una lista de tres “proezas” recientes de Dios en tu vida (respuestas, provisiones, cuidados). Léele esa lista a Dios como oración de gratitud.
- Detente dos minutos a mitad del día, cierra los ojos y canta —aunque sea en susurro— una estrofa que conozcas. No busques perfección, busca entrega.
- Comparte una palabra de alabanza con alguien que esté cargado: envíale un versículo del Salmo 150 y una frase de ánimo centrada en Cristo.
- Antes de dormir, ora: “Señor, hoy inhalé tu gracia y exhalé adoración; mañana, enséñame a vivir alabándote en todo”.
Ps. Eudomar Rivera