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Cuando vamos tras lo que nada vale

13 de octubre de 2025
✨ Cuando vamos tras lo que nada vale ✨

Le pido a Dios que hoy te recuerde lo que realmente tiene valor, y te ayude a volver a lo que sacia el alma y da vida eterna.

Hay momentos en los que, sin darnos cuenta, comenzamos a correr detrás de cosas que prometen mucho y terminan dejándonos vacíos. Puede ser un sueño, una relación, una meta o incluso una imagen que queremos sostener ante los demás. Al principio parece que vale la pena, pero después notamos que no llena, que no permanece, que no da paz.

Así se sintió el pueblo de Israel en tiempos del profeta Jeremías. Habían visto la mano de Dios en el desierto, habían bebido de su provisión, pero con el paso del tiempo se acostumbraron a lo superficial. Comenzaron a sustituir lo eterno por lo pasajero. Cambiaron la fuente viva por cisternas rotas.

Y a veces, si somos honestos, nosotros también hacemos lo mismo. Corremos, trabajamos, acumulamos, pero cuando la noche llega y todo queda en silencio, algo dentro de nosotros sigue sediento. Es entonces cuando la voz de Dios, como la de Jeremías, resuena con ternura y firmeza: “¿Por qué me dejaste, si en mí estaba el agua que daba vida?”.

📖 Historia

Jeremías era un joven cuando Dios lo llamó. Vivía en una época en la que el pueblo ya no escuchaba. Las plazas estaban llenas, los templos activos, los sacrificios continuaban… pero el corazón se había enfriado. Habían cambiado al Dios vivo por ídolos que ellos mismos fabricaban. No porque los ídolos fueran fuertes, sino porque el pueblo se había vuelto débil para discernir lo que valía la pena.

Una mañana, mientras observaba a la gente ir y venir por Jerusalén, Jeremías sintió el peso de Dios sobre su espíritu. No podía quedarse callado. Se subió a un lugar alto y levantó su voz: “Mi pueblo ha cometido dos pecados: me han dejado a mí, fuente de agua viva, y han cavado sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”.

La gente lo miró con desconcierto. Algunos se burlaron, otros siguieron caminando. Pero Jeremías sabía que no hablaba por sí mismo. Lloró por su pueblo. Lloró por los que ya no distinguían entre lo santo y lo vano, por los que preferían lo inmediato antes que lo eterno. Su corazón era el de un pastor que sufre al ver cómo las ovejas se dispersan buscando pastos secos cuando el río de Dios fluye cerca.

Así fue Jeremías: un hombre fiel en medio de una generación distraída. Un profeta que entendió que el verdadero abandono no ocurre cuando Dios se aleja del hombre, sino cuando el hombre deja de tener sed de Dios.

📜 Versículos a meditar

“Mi pueblo ha cometido dos pecados: me han abandonado a mí, fuente de agua viva, y han cavado sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.” — Jeremías 2:13 (NVI)

💭 REFLEXIÓN

Hay algo profundamente humano en la escena de Jeremías. Todos, en algún momento, hemos buscado llenar el corazón con cosas que no pueden sostenernos. La vida moderna nos ofrece cisternas atractivas: reconocimiento, éxito, placer, control. Pero el alma sigue teniendo sed. Y esa sed, aunque intentemos disfrazarla con distracciones, solo puede ser saciada por la fuente verdadera: Dios mismo.

Jeremías no gritaba para condenar; gritaba porque amaba. Él entendía que alejarse de la fuente es morir lentamente, aunque por fuera todo parezca florecer. Cuando cavamos nuestras propias cisternas —cuando intentamos crear felicidad sin Dios—, terminamos agotados, frustrados y con las manos vacías.

Dios no se ofende por nuestro vacío; se duele cuando insistimos en llenarlo con lo que no sirve. Él sigue siendo la fuente que brota, el manantial que no se seca, la voz que llama una y otra vez. En medio del ruido del mundo, Él aún dice: “Ven a mí, y vivirás.”

Confiar en la fidelidad de Dios es volver al origen. Es reconocer que aunque nos hayamos alejado, Él sigue allí, constante, amoroso, dispuesto a restaurar lo que se rompió. Es dejar de correr tras lo que nada vale y descansar en quien nunca deja de valerlo todo. Y cuando lo hacemos, descubrimos que su fidelidad no depende de nuestro mérito, sino de su amor eterno.

Jeremías comprendió que la esperanza no estaba en las cisternas del esfuerzo humano, sino en el río inagotable de la gracia divina. Hoy, ese mismo río fluye hacia ti. Tal vez tus manos estén vacías, pero Dios puede llenarlas otra vez. Tal vez tu corazón esté seco, pero Él puede hacer brotar agua nueva. Porque cuando todo parece perdido, su fidelidad sigue intacta.

🌱 Aplicación diaria

  1. Detente hoy un momento y revisa en qué estás invirtiendo tu energía. Pregúntate si eso realmente tiene valor eterno.
  2. Ora a Dios y dile: “Padre, muéstrame si estoy cavando cisternas rotas en mi vida”. Sé honesto con Él; no te juzgará, te guiará.
  3. Dedica unos minutos del día para leer un salmo y dejar que su verdad sacie tu alma. Deja que el agua viva de la Palabra refresque tu mente.
  4. Haz una lista de las cosas por las que estás agradecido hoy. Cada gratitud es una gota que vuelve a llenar tu cisterna del alma con esperanza.
  5. Confía en la fidelidad de Dios. Aunque hayas buscado en lugares equivocados, su amor no ha cambiado. Él sigue siendo la fuente que nunca se agota.

Ps. Eudomar Rivera

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