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Dios es nuestro refugio

29 de octubre — Dios es nuestro refugio

Tema: Salmo 46 — *Dios es nuestro amparo y fortaleza*

Le pido a Dios que hoy te abrace con Su paz y te recuerde que, aunque todo tiemble a tu alrededor, en Él siempre tienes un refugio seguro.

Hay días en los que la vida se mueve demasiado rápido y los pensamientos se convierten en una tormenta. Entre responsabilidades, noticias que inquietan y batallas internas que pocos ven, el corazón busca un lugar donde descansar. Un sitio donde no tenga que demostrar nada, solo respirar y volver a creer que no está solo.

En esos momentos, el Salmo 46 nos llama con suavidad y firmeza: «Dios es nuestro amparo». No es una teoría piadosa, es una realidad para los que han probado Su fidelidad en la oscuridad. Él no promete que el mundo dejará de temblar; promete que, cuando tiemble, Él será nuestra fortaleza. No nos saca siempre del valle, pero camina con nosotros en él.

Si hoy cargas con temores, decisiones pendientes o un cansancio que no se quita con dormir, este mensaje es para ti. Dios no te exige perfección; te invita a acercarte. No te pide que ganes la batalla con tus fuerzas; te ofrece Su presencia. Y Su presencia—más que cualquier explicación—trae paz.

Historia

Leí cómo, en tiempos del rey Ezequías, Jerusalén fue rodeada por el poderoso ejército asirio del rey Senaquerib (2 Reyes 18–19; Isaías 36–37). Las cartas de amenaza decían que no había esperanza, que ninguna ciudad había resistido, que confiar en Dios era ingenuo. Los muros estaban firmes, pero el pueblo temblaba por dentro. Humanamente, no había salida.

Ezequías hizo algo sencillo y profundo: subió al templo, tomó la carta del enemigo y la extendió delante del Señor. No tenía una estrategia militar superior, pero sí un Dios superior a cualquier ejército. Oró reconociendo la realidad del peligro, pero también la soberanía de Dios. El profeta Isaías trajo palabra: el Señor defendería la ciudad.

Aquella noche, sin espadas humanas ni discursos triunfalistas, el ángel del Señor obró. Al amanecer, los asirios se retiraban derrotados. Jerusalén no fue salvada por su fuerza, sino por el Dios que habita en medio de su pueblo. Por eso, cada vez que leemos el Salmo 46—“Dios es nuestro amparo y fortaleza”—escuchamos el eco de una historia real: cuando no quedaba nada por hacer, Dios fue refugio.

Versículos a meditar

“Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos, aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia tiemblen los montes.” (Salmo 46:1–3, NVI)

“Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios; yo seré exaltado entre las naciones, seré enaltecido en la tierra. El SEÑOR Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.” (Salmo 46:10–11, NVI)

REFLEXIÓN

El Salmo 46 no ignora el temblor del mundo; lo reconoce. Habla de montes que se derrumban y mares que rugen, imágenes potentes de lo que sentimos cuando nuestras seguridades se quiebran. Sin embargo, en medio de ese paisaje inestable, se alza una verdad firme: Dios es amparo. No un amparo ocasional, sino “nuestra ayuda segura”. Cuando las circunstancias gritan que todo está perdido, la Palabra responde: no estamos solos. La fe aquí no es negar la tormenta, sino afirmar la presencia de Dios en ella.

“Quédense quietos” no es una invitación a la pasividad resignada, sino a la confianza activa. Es el alto en el camino para recordar quién es el Señor. Cuando el corazón corre por adelantado, imaginando lo peor, el Señor nos llama a detenernos y a reconocer: Él es Dios, no nuestros miedos. Ezequías no se cruzó de brazos; oró, buscó a Dios, presentó su carta. La quietud bíblica no es inacción, es descanso intencional en la soberanía de Dios mientras hacemos lo que nos corresponde.

La ciudad de Dios “no caerá” porque “Dios está en medio de ella” (Salmo 46:5). Esa es la clave: la presencia de Dios. Tal vez no puedas controlar el informe médico, la economía, las decisiones de otros o los cambios inesperados que tocan tu puerta. Pero sí puedes decidir dónde pones tu alma: en el ruido del miedo o en la presencia del Señor. Cuando eliges acercarte a Él, tu interior se estabiliza. No porque desaparezca el problema, sino porque tu ancla ya no está en lo temporal, sino en el Dios eterno.

Al final, el Salmo 46 es un himno que nos enseña a vivir con paz en un mundo en tensión. El mismo Dios que defendió Jerusalén sostiene hoy tu vida. Él no ha cambiado. Su palabra sigue en pie. Y si hoy sientes que ya no tienes fuerzas, recuerda: no necesitas ganar en tus méritos; necesitas correr al refugio. Allí el corazón aprende a respirar de nuevo, la mente se serena, y el alma recupera esperanza. “El SEÑOR Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”.

Aplicación diaria

  1. Extiende tu “carta” delante de Dios: como Ezequías, escribe en una hoja lo que te amenaza (temores, deudas, diagnósticos, conflictos) y preséntalo en oración. Nómbralo ante el Señor.
  2. Practica la quietud intencional: toma 10 minutos hoy para leer en voz baja el Salmo 46 y, al final, repite tres veces: “Tú eres mi refugio”. Deja que tu respiración acompañe esa verdad.
  3. Busca la presencia, no solo la solución: antes de pedir un cambio externo, pide primero la paz interna. Ora: “Señor, quédate conmigo en medio de esto”.
  4. Comparte tu carga con alguien de fe: llama a un hermano o a un líder y pide una oración específica. La fe compartida se fortalece cuando las fuerzas personales flaquean.
  5. Alimenta tu esperanza: elige un recordatorio visible (un versículo en el teléfono, una nota en el espejo) con esta frase: “Dios es mi amparo y fortaleza”.

Ps. Eudomar Rivera

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